Verdún, Qc, Canada, 07 de julio de 2025.
Frater: Kain Exiliatus
Fulgurans per Viam Cordis
Custos Ignis Interdicti
Tesina personal Grado Teórico.
Cuando la cruz se vuelve espejo
No se inicia a quien quiere, sino a quien ha sido herido. En el paso del Primer al Segundo Grado, no me acerco como un buscador ingenuo, sino como un hombre marcado: por el fuego, por el silencio, por la ciencia y la pérdida. No he seguido una línea recta, sino una espiral —la misma que se quebró en mi oído izquierdo el día en que el sonido se extinguió sin aviso.
Soy médico. Soy alquimista. Soy exiliado. Y soy —ahora lo sé— un receptáculo de misterio que debe ser descifrado desde adentro.
El cuerpo que falla, el espíritu que escucha
Perder la audición no fue el fin de un sentido, sino el comienzo de otro. La ruptura en el oído no solo me privó de sonidos externos: me obligó a aprender a oír hacia adentro, a escuchar lo que no suena, a reconocer que el desequilibrio físico puede ser el llamado de un orden superior.
Comprendí que no basta con saber anatomía, fisiología o protocolos terapéuticos. Mi labor como médico hiperbárico me sitúa en cámaras selladas, donde el tiempo y el oxígeno se alteran, como en una alquimia silenciosa. Allí comprendí que el cuerpo no es un simple vehículo: es un crisol. Y que el sufrimiento es el fuego que destila el alma.
Theoricus: el que busca la estructura secreta
En el Segundo Grado, ya no basta con custodiar (como Celador). Ahora debo entender. Ser Theoricus es ser contemplador, arquitecto invisible del universo oculto. Pero no estudio para acumular conocimiento muerto. Estudio para recordar.
Estudio para comprender por qué el alma encarna en un cuerpo vulnerable. Por qué el oído, órgano de equilibrio y de resonancia, fue mi punto de ruptura. ¿Acaso no es el oído el órgano más cercano al corazón simbólico? ¿No está en él el eco de MAAT, el principio egipcio de equilibrio?
Aquí empece en mi busqueda personal por volver a tener balance, el re-equilibrio, ya sin una parte de mi, fue re-educar mi sistema vestibular y de posicionamiento en el espacio, todo para mi era algo nuevo, gracias a mi practica en artes marciales, fue esta quien me ayudo en mi proceso de re-habilitación.
En este grado, estudio la estructura del universo porque soy parte de su arquitectura. El Kybalion me recuerda: "Como es arriba, es abajo". Mis células, mis emociones, mi dolor físico y mis visiones internas obedecen las mismas leyes que rigen a los eones.
El exilio como iniciación
Soy venezolano. Pero no me siento de ninguna tierra. Soy de donde vibra mi alma. Soy de la diáspora que carga símbolos y memorias antiguas, de una sangre que mezcla linajes y que se interroga a sí misma.
Mi vida me ha llevado a pensar en la identidad como un rompecabezas. He sido exiliado de mi país, de mi cuerpo, de mis sentidos, y a veces, de mi fe. Pero esa pérdida es mi iniciación. Porque el verdadero Rosacruz no tiene nación. Habita el templo invisible, en la intersección entre el espíritu y la carne, entre lo que muere y lo que transfigura.
El oído del alma y la alquimia interior
He dedicado capítulos enteros de mi vida —y de mi escritura— a entender el oído no solo como órgano físico, sino como símbolo. El oído que se cierra da lugar al Silencio. Pero ese Silencio no está vacío. Es presencia. Es vibración que nace del Pleroma. Es el vientre donde se gesta el Verbo que crea.
Mi dolor se convirtió en materia prima. Lo destilé, lo fermenté, lo abracé. Así conocí la alquimia. No como historia medieval, sino como lenguaje simbólico de mi biografía. Me descubrí como laboratorio vivo de la Gran Obra.
Y en ese camino, entendí los tres principios:
Sal: la cristalización de la identidad en un cuerpo.
Azufre: la pasión que arde en el alma.
Mercurio: el espíritu que escapa y se transmuta.
El ritual y la cruz interior
Recibí el símbolo del Theoricus: la Cruz de los Cuatro Elementos. Aire, Fuego, Agua, Tierra. Pero yo ya la había sentido en carne viva:
El Aire, cuando comprendí que las ideas podían salvarme del caos.
El Fuego, cuando arrojé todo al crisol durante mi pérdida.
El Agua, cuando lloré en silencio el reflejo de mi propio duelo.
La Tierra, cuando me aferré al aquí y al ahora para no caer en el abismo del nihilismo.
La cruz no es solo símbolo. Es un eje. Es una brújula. Es el recuerdo de que aún en la carne, la rosa puede florecer.
El Tarot como espejo del camino
Las cartas del Tarot me han acompañado, no como oráculo sino como mapa del alma. He sido el Loco que camina sin mapa, el Mago que intenta canalizar la energía, el Colgado suspendido entre dos mundos, y el Ermitaño que se aleja para poder encender su linterna.
En mi travesía, el arcano que más me interpela es La Estrella: esa promesa de algo que brilla tras el dolor, esa voz que viene de otros mundos —como un eco, como un susurro en el oído que ya no oye.
Mi Conclusión: Fiat Lux, Zaph-Nath-Paaneah
El Grado Teórico me entrega una gran palabra: Zaph-Nath-Paaneah —El que revela secretos.
Hoy sé que no busco dogmas ni pertenencias. Busco revelar el secreto que yo mismo soy. Y esa revelación es progresiva, dolorosa, gloriosa.
El proceso de Cristificación no es un milagro externo. Es una labor interna. Es el momento en que mi personalidad se rinde y deja al Maestro Interno tomar el timón. Yo no guío: soy guiado. No ilumino: soy iluminado.
Como Theoricus, me comprometo a continuar destilando lo invisible en acto, lo simbólico en medicina, lo espiritual en cuerpo. Y a honrar mi cruz con rosas —no solo como adorno, sino como flor que sangra.
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