viernes, 18 de julio de 2025

El Silencio que habita el Templo

 Verdún, Qc, Canada, 18  de julio de 2025.

Frater: Kain Exiliatus

Fulgurans per Viam Cordis

Custos Ignis Interdicti

Tesina para el Octavo Grado - Maestro del Templo

El Silencio que Habita el Templo

Introducción - El Umbral del Templo

No hay paso más invisible que el que lleva del Adepto Liberado al Maestro del Templo. No hay ceremonia, ni aplauso, ni revelación externa que anuncie el cambio. Sólo un silencio más hondo, una mirada más quieta, una renuncia más profunda a lo que antes parecía importante. El Adepto Libera y se libera. El Maestro… se entrega. En el séptimo grado, caminé el mundo con la palabra encendida y la acción lista. En este octavo, he descubierto que la verdadera maestría no habla: escucha.

He llegado aquí no por acumulación de saberes ni por grados alcanzados, sino por desgaste de toda pretensión. La piedra bruta no se cincela: se deja caer hasta quebrarse por completo. Y entonces, surge la forma. No aquella que dibujamos con el pensamiento, sino la que ha esperado desde siempre ser reconocida en el corazón del vacío.

El Templo como Estructura Interna

En este grado se nos enseña que el Templo no es un edificio, ni un símbolo: es una forma de ser. Cada célula de mi cuerpo, cada respiración, cada emoción transmutada, cada pensamiento purificado ha sido una piedra puesta en su lugar. No con manos, sino con silencios, sin embargo aun falta, y mucho.

He aprendido que la verdadera arquitectura es la del alma, y que cada órgano vibra con un nombre sagrado. El corazón como altar. Los pulmones como columnas del aliento divino. La sangre como río que lleva el Fuego del Logos. ¿Y el cráneo? Ese lugar oscuro donde el espíritu resucita. El Templo está vivo, y es por eso que no puede construirse con materia inerte.

La alquimia me enseñó que el cuerpo no es un obstáculo sino un laboratorio. Cada emoción no resuelta es plomo que debe sublimarse. Cada conflicto, una sal que debe disolverse en el agua del alma. Y el mercurio, esa mente que corre sin control, debe aprender a quedarse quieta, como el lago donde el Sol se mira. Solo entonces, el Templo resuena.

La Maestría como Renuncia del Ego de Saber

No sé. Ese es el verdadero mantra del Maestro. No sé, y por eso me dejo guiar. No sé, y por eso obedezco a la Voz que no se oye con los oídos ni se articula con palabras. No sé, y por eso no enseño desde el yo, sino desde lo que se manifiesta cuando me hago a un lado.

Este grado ha exigido de mí el sacrificio de mi deseo de ser visto. En el pasado, busqué ser útil. Ahora, sólo quiero ser transparente. Que la luz pase a través de mí sin encontrar obstáculos. El mundo me ha enseñado que el que más habla suele saber menos, y que los verdaderos iniciados no se reconocen por sus títulos, sino por su capacidad de estar en silencio en medio del ruido.

He curado sin pedir pago. He acompañado sin nombrarme. He visto el dolor y lo he acogido, sin prometer consuelo. El Maestro del Templo no guía con instrucciones. Guía con presencia. Y muchas veces, no guía en absoluto, porque ha comprendido que la verdadera enseñanza ocurre en el vacío entre dos palabras.

La Espada, el Altar y la Luz

La espada ya no hiere. Distingue. Corta los velos del autoengaño, separa lo necesario de lo accesorio. Es la espada del discernimiento. No la blande la mano, sino el ojo del espíritu.

El altar no está en un templo. Está en el corazón abierto. Es allí donde se inmola la voluntad personal, donde se ofrece todo sin esperar nada. El Maestro del Templo no exige sacrificios: él es el sacrificio. No porque se crea mártir, sino porque ha comprendido que la entrega es su naturaleza más pura.

Y la luz… no es la que se ve. Es la que permite ver. Es la que no se nombra, pero está detrás de toda claridad. La luz del Maestro no deslumbra: revela. No llega desde fuera: emana desde dentro cuando el ego ha sido vaciado.

El Servicio como Liturgia Oculta

He sido médico de cuerpos, pero sobre todo he querido ser médico del alma. No por arrogancia, sino porque reconozco que toda dolencia es, en algún nivel, una llamada de lo sagrado. No he tenido consultorios lujosos, salvo el de la práctica de mi padre, el cual acompañe durante muchos años antes de partir a mi aventura personal. He tenido tiempo para escuchar. Y eso, en este mundo, es lo más caro.

Cada acto de servicio ha sido una misa secreta. Cada gesto honesto, una eucaristía. He aprendido a servir como se reza: sin que nadie lo note, sin que nadie lo premie. Porque servir no es dar: es recordar al otro lo que ha olvidado de sí.

Y he visto que los milagros no son rupturas de la ley natural. Son obediencias absolutas a una ley más alta. Y esa ley dice: “El que se vacía, será lleno. El que se ofrece, será recogido”.

El Maestro como Guardián del Silencio

En este grado, he comprendido que el Silencio no es ausencia de sonido, sino presencia de lo eterno. Y que quien guarda Silencio no es el que calla, sino el que escucha desde la profundidad. El Maestro del Templo no es el que domina los misterios, sino el que ha sido roto por ellos y los contempla sin pretensión de poseerlos.

Mi relación con el Silencio ha cambiado. Ya no lo lleno con pensamientos, ni lo evado con ocupaciones. Me siento en él como quien se sienta junto a un anciano sabio: sin esperar lecciones, sin exigir respuestas. Solo por estar.

He comprendido que, al final, lo único que transforma es lo que se dice con la vida, no con la boca. Y que a veces el más alto grado consiste en saber cuándo no intervenir.

El Colegio como Continuidad Invisible

El Colegio Invisible no es una organización. Es un río subterráneo que une las almas que han despertado al mismo fuego. No se mide por jerarquías ni se mantiene con cuotas. Se respira. Se siente. Y uno sabe que pertenece cuando ya no necesita pertenecer.

Este Grado me ha permitido comprender que el verdadero Colegio no forma iniciados: los recuerda. Y que los que entran en él, lo hacen porque han sido llamados desde dentro. Yo he sido llamado. Y he respondido. No porque me crea digno, sino porque he comprendido que la Dignidad no es personal, sino vertical.

Mi compromiso no es con una escuela. Es con una vibración. Y la serviré donde sea necesario, con el nombre que toque usar, con las manos que aún puedan dar algo, con la voz que a veces pueda sostener a un hermano en medio de la noche.

Conclusión – Entrar al Templo y Quedarse

He entrado al Templo. No como quien conquista un lugar sagrado, sino como quien reconoce que siempre ha estado allí. He comprendido que la puerta no estaba afuera, sino en el corazón quebrado, en el ego rendido, en el silencio asumido. Y al entrar… no encontré gloria, ni revelación, ni poder. Encontré Paz.

Una Paz que no se basa en la certeza, sino en la confianza. Una Paz que no me aísla del mundo, sino que me permite amarlo desde otro lugar. Una Paz que no dice “he llegado”, sino “puedo quedarme”.

Porque el Maestro del Templo no es quien llega. Es quien permanece. Quien, en medio de las ruinas, en medio del dolor del mundo, se convierte en altar, en lámpara, en espada y en silencio. No por mérito, sino por Gracia.

Aquí me quedo. En el Templo que soy, en el Silencio que habito, en el Servicio que me atraviesa.


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